AUTOR: Albertine Sarrazin
TÍTULO: El Astrágalo
EDITORIAL: Círculo de Lectores, S.A. (Primera edición)
AÑO: 1969
PÁGINAS: 195
TRADUCCIÓN: Javier Albiñana
RANK: 6/10



Por Alejandro Jiménez

Se dice con verdad, y esto merced a Jacinto Benavente, que la ironía es una tristeza que a fuerza de no poder llorar, sonríe. De alguna manera, estas palabras parecen escritas pensando en la novela de Albertine Sarrazin (1937-1967) puesto que en ella, situaciones que pondrían de cabeza la vida de cualquiera, son asumidas con indulgencia y cierto grado de comicidad. El carácter mismo del argumento es muestra ya de la ironía de la obra: una muchacha, Anne, se ha roto el pie mientras escapaba de la cárcel, de suerte que, impedida para continuar su fuga, se confina en toda clase de guaridas criminales, esperando una recuperación que tarda; realmente no ha escapado de la cárcel, sólo ha cambiado el tamaño de su prisión.

El Astrágalo (1964) fue la primera de las tres novelas con que la autora francesa estampó su firma en los anales de la historia y, aquí, como en La Cavale (1964) y La Traversière (1966), lo que el lector encuentra es ante todo un relato autobiográfico: el episodio de su escapatoria de la cárcel, por allá cuando cumplía una condena por atraco a mano armada y, por supuesto, la manera en la que Julien Sarrazin –su futuro esposo, también presidiario-, la mantuvo escondida durante el duro trance de su recuperación, cosa que significaría para él la vuelta a prisión hasta 1963. No se cuenta en la novela, claro está, lo que vino después, es decir, el éxito fugaz de Albertine Sarrazin en la literatura, y el absurdo fin de su vida durante una operación quirúrgica.

La ficción de la novela se alimenta de prostitución, alcoholismo, robo y toda clase de disputas criminales; ambientes en los que transcurrió buena parte de la existencia de Albertine Sarrazin, y que marcaron la fuerza y carácter de su narrativa. Lo que nos entrega particularmente en El Astrágalo es un relato en primera persona, lleno de destiempos, y en el que las anécdotas comparten el mismo valor que los grandes acontecimientos. Tal vez, el lector pueda sentir que la escritura es enredada, y ello se debe, entre otros, al continuo uso de la voz en presente, incluso cuando los hechos corresponden al pasado pero, de cualquier forma, el cuadro general resulta coherente y basta con estar atento a qué constituye un recuerdo, estado o proyección.

Quisiera invitar a los lectores a acercarnos al contenido de la novela desde tres perspectivas diferentes: 1. El paralelo entre autora y personaje, 2. El retrato esbozado sobre la criminalidad y 3. La noción de libertad que se expresa en las situaciones de la obra. Antes, sin embargo, haré una pequeña síntesis de la historia.

La historia de El Astrágalo

Anne ha escapado de la cárcel, pero ha tenido la infortuna de romperse un hueso –el astrágalo- al saltar el muro. A rastras ha logrado llegar hasta una carretera y, allí, después de un primer intento, ha sido recogida por un hombre llamado Julien. Él la ha llevado con cuidado hasta la casa de su madre, ubicada a las afueras de París. Así que ahora la tenemos frente a una taza caliente y con su pie sobre una silla, severamente inflamado. Este será el primer “hogar de paso” para Anne; tendrá que vivir junto a Ginette –la hermana de Julien-, su esposo, madre e hijos, y permanecer todo el día recostada a fuerza de no poder moverse.

Su “salvador” va y viene de París a casa, puesto que tiene prohibido permanecer en la región –está en libertad condicional-, y ella no deja de pensar en la indulgencia con que la tratan aquellas personas que la recibieron: ninguno parece extrañarse de su situación, ni buscar su pronta recuperación, simplemente la dejan estar allí, dormir con los niños, compartir la comida y leer en paz.

Mas, esta pasividad pronto empieza a impacientar a Anne, quien había escapado de la cárcel para verse con Rolande, su antigua compañera sentimental. El verse inmersa entre cuatro paredes, sin la atención de un médico que pueda darle un parte de su condición, y el no poder escapar con su amante, paulatinamente convierten su vida en un tormento. Tal vez, la única satisfacción en esos momentos venga de Julien que, a pesar de ser hombre, ha logrado despertar en ella sensaciones de agradecimiento y, por supuesto, muchos deseos carnales.

Cuando la estadía en esa primera casa se hace insoportable, Julien decide que lo mejor es llevar a la muchacha a casa de unos amigos suyos. Pronto se verán, de esta forma, en el hogar de Pierre y Nini (el primero, un ex proxeneta, la segunda, su amante), lugar que a los pocos días se convierte para Anne en otro infierno. Sucede que no sólo se percata de que Pierre es un hombre bastante imponente e hipócrita, sino que quiere reiniciar su negocio de prostitución utilizándola, cosa que le disgusta profundamente ya que, aunque en su pasado se prostituyó, no está dispuesta a hacerlo de nuevo.

Julien va y viene como antes, pero esta rutina se verá rota esta vez cuando el estado de salud de Anne se agrave; en efecto, el haber permanecido tantas semanas sin la visita de un médico ha hecho que su quebradura se ponga cada vez peor y haga pensar a nuestra personaje, incluso, en una posible amputación. De manera que, ante su insistencia, Julien se ve obligado a llevarla a un hospital en donde, con la ayuda de Nini, permanece una larga temporada. El rectángulo –como ella llama a su cama- se hace cada vez más coercitivo, cada vez más parecido al espacio que antes conoció en prisión, y que nos recuerda a cada página: las infanticidas, las rutinas de comida, el itinerario de trabajo, sus relaciones con otras reclusas, los consejos de su amiga Cine, etcétera.

De vuelta a casa de Pierre, ambos, Julien y Anne, comprueban que nada cambia en las intenciones de aquel sujeto y, por tal motivo, permanecen allí apenas el tiempo justo para pensar a dónde pueden desplazarse. Sin más opciones, empezarán a recorrer los hoteles más baratos de París, y a vivir del “trabajo” de Julien. Y ya que Anne no puede darse una vida libre por las calles de la capital, nuevamente se verá confinada al interior de cuatro paredes. Previendo la soledad de la muchacha, Julien la lleva a casa de Annie, una ex prostituta que vive con su hija en los suburbios y en quien pervive, más allá de su aparente restitución, toda clase de vicios: robo, mentira, hipocresía.

Para esta época la muchacha ha sido operada y empieza a mejorar lentamente, cosa que le permite hacer un paseo por las costas de su país; pero no sólo eso, ahora que apenas cojea y su dolor se ha convertido en esporádicos retorcijones, ha reincidido en la prostitución para ganarse algún dinero, cosa que parece contradictoria teniendo en cuenta su negativa a las propuestas de Pierre. Lo que pasa es que lo hace porque Julien ha sido puesto de nuevo tras las rejas y quiere reunir el dinero necesario para pagarle todas sus atenciones: él lo ha hecho sin pedir nunca nada a cambio, pero ella se siente en deuda.

Sin embargo, a pesar de que se han enamorado mutuamente, y de que ella se ha olvidado de Rolande, Julien le oculta un secreto (tiene otra relación). Pronto se descubrirá esto, y tendrán que revaluar si la complicidad que se ha creado entre ellos –ese carácter criminal, soterrado y muchos veces absurdo que los une- es lo bastante fuerte como para mantenerlos unidos una vez él salga de la cárcel; aunque quizá, por otro lado, la policía ya esté demasiado cerca del paradero de la chica.

El paralelo autora/personaje

Albertine Sarrazin nació en Argel en 1937, pero fue abandonada por su familia a los pocos días de nacida. Hija bastarda de un médico francés, la niñez de la autora transcurrió entre capítulos tormentosos: internada en distintos reformatorios, fue violada cuando apenas tenía diez años, y educada entre toda clase de restricciones disciplinarias. Por tal razón, es precisamente allí, en ese pasado lacerante, en donde deben ubicarse los orígenes de la lucha que Sarrazin expresó después, en su obra literaria, contra todo aquello que pueda limitar la libertad y, asimismo, los motivos que la llevaron a escapar junto a sus amigas del hogar, dedicándose a la prostitución, el robo y el alcoholismo.

La Europa de entonces no representaba un horizonte halagüeño para la vida: la economía destrozada, desconfianza, terror ante la posible reincidencia de la guerra, hambre y, en fin, el gran absurdo en el que se habían subsumido todos los grandes discursos. Pero sobretodo, y esto es lo que interesa a Sarrazin, el nivel de coerción al que habían llegado las relaciones fundamentales dentro de la sociedad, convirtiendo en prisiones muchos espacios antes considerados libres.

Hablar, así, de un paralelo entre autora y personaje, es tanto como intentar situarlas en una misma dirección, sin olvidar que mientras la primera da realidad a la segunda, la segunda ficciona a la primera. Por ejemplo, el nombre de la protagonista de la novela –Anne-, es una referencia directa a Annick, apodo que le concedieron a Sarrazin sus compañeras de El Buen Pastor, el reformatorio de Marsella en que fue encerrada cuando adolescente. Es decir, ese nombre real con que se la conoció, es en la obra un insumo para la creación y, del mismo modo, una vez ficcionado, también un elemento narrativo que da cuenta de la realidad.

Como se dijo más arriba, en El Astrágalo Sarrazin recupera ante todo el período que va de su fuga de la Prisión Escuela de Doullens, el 19 de abril de 1957, hasta su vuelta al encierro dos años después. Durante esta etapa de su vida me parece reconocer al menos dos situaciones cardinales: la primera tiene que ver con el accidente que sufrió al saltar el muro de la cárcel, y que tendría como principal consecuencia para ella el permanecer durante varios meses escondida y dependiente. Este hecho puede parecer absurdo y, ciertamente, debió ser visto así por la misma Sarrazin, pero de ninguna manera, carente de importancia; al contrario, es el elemento desencadenante de la trama en su novela: Anne se rompe el pie y debe postergar un escape definitivo, puesto que ahora es necesario ir de casa en casa, recluyéndose, mientras se recupera.

El otro hecho importante durante esta etapa de su vida es el conocer a Julien Sarrazin. En la novela, como en la realidad, es este hombre quien recoge a la recién fugada, y quien le procura la complicidad y ayuda necesarias para su paulatina recuperación. Sin embargo, sucede que en la obra no llegan a casarse, como sí sucedió en la realidad en 1959, fecha a partir de la cual, Albertine Damien, asumiría el apellido de su esposo y que, lastimosamente, coincidiría con su recaptura y vuelta a la cárcel por cuatro años más. Sea como fuere, esta nueva etapa de reclusión es vital para la autora, ya que es en este período cuando se sienta a escribir La Fuga y El Astrágalo, las dos novelas que en 1964 le concederían renombre literario.

Pero estos dos hechos –su fuga y encuentro con Julien-, no agotan el paralelo autora/personaje. Por el contrario, hay todo un inventario de pequeñas situaciones que siempre están recordando al lector que Anne no es otra que la misma Sarrazin: su pasado prostibulario y delincuente, su conocimiento del bajo mundo parisino, su bisexualismo, y hasta su desazón ante la quietud y las rutinas. Hechos, todos ellos, escritos y vividos a través del más profundo ojo crítico e impugnador, como nos lo muestra el siguiente extracto sobre su vida de prostituta:

“Yo ando. No me entrego por estos sitios, no tengo tiempo, no me gusta la calle y no tengo más de puta que cualquier otra cosa. Utilizo este medio porque es rápido y porque no necesito horario ni aprendizaje, o muy poco: a los dieciséis años me desembarazaba fácilmente de las patas de los chulos, de las astucias de los clientes, desde entonces nada ha cambiado mucho… Lo único que temo es a la policía, porque no tengo ningún papel para presentarme en caso de redada. Pero cambio continuamente de calle, de hotel y de aspecto. Examino a los que se detienen antes de contestarles. Una intuición oscura y certera me detiene o me anima, tengo en la cabeza unos semáforos que se encienden y se apagan, rojo cuidado, verde está bien, pasa, espera, no esperes y lárgate, sonríe, ven. Me deslizo a lo largo de las calles con pasos rápidos y decididos, cojeo apenas y ando lo más aprisa que puedo. Esta falta aparente de interés y esa forma de no parecer lo que soy me protegen y me hacen atractiva” (Pág. 135)
Sarrazin o el retrato de la criminalidad

Una vez fugada a París, Sarrazin, quien ya tenía varios antecedentes criminales e, incluso, había estado recluida en Marsella, continuó su vida delictiva. Con un grupo de amigas se dedicó a la prostitución y la vida bohemia. Buena parte de lo vivido a lo largo de estos años se recupera en El Astrágalo, utilizando esas regresiones en presente que, como se dijo, caracterizan a su prosa. A mi modo de entender, es posible ubicar tres escenarios de la vida criminal matizada por la autora: el alcoholismo, el robo y la prostitución.

En la casa de la madre de Julien –primer lugar al que va Anne una vez fugada-, se pone en contacto con un ambiente que la inquieta por su pasividad. Todos saben que ella no puede ser una “chica buena”, pero no por esto dejan de atenderla, es decir, hay una especie de indulgencia en el ambiente. Amparada así, la joven se retrae en el alcoholismo, actividad que empieza a unirla desde el principio con su “salvador”, Julien. No importará ya si ella continúa enferma, si está enfadada o feliz, si es de noche o apenas amanece, Anne siempre tendrá a su lado un cigarrillo y una copa de licor.

Pero hay otra cosa que sorprende a Anne en casa de Julien; se trata de que la familia de éste no es solamente condescendiente con ella, sino también con él, es decir, con ese hombre que se gana la vida robando como puede, haciendo negocios mal habidos. Lo que los une a ambos, descubrirá después Anne, es precisamente el horizonte criminal por el que se han movido sus vidas; por decirlo de alguna manera, ambos han transitado por líneas muy parecidas –robo, alcoholismo, delincuencia- y, al encontrarse, brota la comprensión mutua, no hay juicios ni señalamientos, sino, antes bien, una suerte de espejo desde el que es posible el entendimiento:

“Ya lo sabía: ‘No llames a nadie’, esa forma de andar escurridiza, como de perfil, esa afinidad total y oscura entre él y yo desde el primer instante… Ya me había dicho Ginette que su hermano era un mala vida, pero yo había visto en ello una amabilidad hacia mí que salía de la cárcel… Mucho antes de sus palabras, había reconocido a Julien. Hay estigmas que son imperceptibles para el que no ha estado en chirona: una manera de hablar sin emplear los labios, mientras que los ojos expresan, para despistar, indiferencia o todo lo contrario; el cigarrillo en el hueco de la mano; la preferencia por la noche para obrar o para hablar, tras la sujeción del silencio diurno” (Pág. 25)
El otro escenario de la criminalidad en El Astrágalo tiene que ver con la prostitución. Personalmente, no considero la prostitución un delito, aunque sí la explotación prostibularia. A este respecto, Pierre –el propietario de la segunda casa por la que pasa Anne- es un ejemplo interesante. Este sujeto es un antiguo proxeneta que, ante la estadía de la joven en su hogar (un balneario que esconde los rastros de su pasado), empieza a maquinar la forma de reiniciar su negocio, pensando que saldrá de allí una buena forma para que Anne le pueda recompensar por brindarle un escondrijo sin avisar a la policía.

Por otro lado, Annie, la ex prostituta con la que nuestra protagonista pasa su última gran temporada antes de ubicarse en un cuarto de hotel, es otra excusa que encuentra Sarrazin para enfrentarse a este tema, siempre controversial. De ambas situaciones puede concluirse una posición intermedia: no es una defensa a ultranza de la vida que ella misma conoció, pero tampoco un juicio inquisidor. Más bien, lo que intenta hacer Sarrazin es mostrar distintos aspectos del problema: 1. el de los inescrupulosos que estafan y explotan a las mujeres en busca de beneficios personales, obligándolas a perder la autonomía y decisión sobre su cuerpo; 2. el de la prostituta retirada –caso Annie-, que niega obstinadamente su pasado sin percatarse que la propia evidencia de su fisonomía y apariencia la delata y; 3. el de la prostituta reincidente –Anne- que, logra equilibrar el punto de crítica y necesidad de su trabajo.

La noción de libertad en El Astrágalo

En la obra de Albertine Sarrazin se expresa una difícil relación entre libertad y coerción. Las rutinas, la educación y buena parte de las costumbres burguesas de la época, son examinadas por ella a través de una disección que le permite encontrar la manera en la que las estructuras sociales condicionan las posibilidades de ser de los hombres. Si antes, por ejemplo, se nos decía que las calles eran un lugar de libertad por excelencia, Sarrazin nos mostrará cómo en este espacio se coartan virtualidades tales como la expresión, la decisión o el manejo del tiempo. No en vano, la autora mencionará en una de las páginas de El Astrágalo: “el ojo de mi conciencia es una esfera de reloj”, esto es, el escenario de mi libertad (la conciencia) se limita en tanto se me imponen ciertos manejos del tiempo.

Es así que el absurdo que sirve de base a la novela, el escapar de una prisión para terminar recluida en distintas casas, escondiéndose y recuperándose, tiene implícito un juicio a esa relación entre libertad y coerción. ¿Quién puede ser libre –parece decirnos Sarrazin- cuando, tanto adentro como afuera de la chirona, el hombre no puede hacer lo que desea? Se escapa de una cárcel pensando que afuera todos disfrutan de su libertad, pero muy pronto se comprueba que allí están presos todos en sus rutinas, familias o trabajos.

Albertine Sarrazin utiliza la figura del rectángulo para expresar simbólicamente la condena. Cuando se acuesta en casa de Julien, o en casa de Pierre, o en el hogar de Annie, siempre se repetirá: "esta cama de la que no puedo levantarme porque tengo roto el pie, es similar a un rectángulo en cuyo interior me siento tan presa como entre las cuatro paredes de la cárcel". Sin duda es una metáfora confeccionada sutilmente: hay un lugar en el que estamos y, al otro lado de él, otro espacio que consideramos libre, pero también hay una pared –a veces invisible, otras veces material-, que siempre resultaría fácilmente franqueable de no ser porque tenemos una herida fatal que nos lo impide.

Y dentro de ese juego de adentro-afuera, de barreras interpuestas y heridas que no pueden curarse, o tardan demasiado en hacerlo, se empiezan a configurar ciertas identidades: la de quien rehúye todo esto, la de quien lo sabe pero no se inquieta, la del apesadumbrado, y hasta la de quien parece ser el administrador de semejante justicia. Un día, recostada en su rectángulo del hospital, Anne piensa en estas cosas, y considera:

“Dios padre pasa dos o tres veces por semana. Los días de visita del gran jefe, la enfermera de sala empuja las maletas de la cama, barre los cadáveres acumulados bajo nuestras cabeceras y desinfecta los orinales con un cuidado inhabitual y ostentoso, lo cual nos obliga a soportar sus ‘Ay, señor’. Ni hablar de tener el orinal antes de la gran visita. Contraemos nuestros esfínteres, alisamos el reverso de nuestras camas y avivamos nuestros ojos y nuestros labios. El amor que tenemos nos inspira graciosas posturas y hace surgir de nuestras mesillas de noche las labores o las lecturas que estimamos más aptas para atraer su atención. Si se digna darse cuenta de que alrededor del hueso hay una mujer, un ser incontable que trabaja y que piensa, si abandona un momento nuestras radiografías para mirarnos la cara, si nos ofrece una sonrisa o una palabra, nuestros sufrimientos y nuestra ignorancia se borrarán, nos curaremos y sabremos” (Págs. 63-64)
He leído algunas críticas sobre El Astrágalo que la juzgan como una obra optimista, exactamente “alegre”, y aunque dije al principio que muchas veces las situaciones se recubren de comicidad, disiento de esta posición en algunos respectos. Para mí, por ejemplo, su final expresa una sentencia que no es alegre y mucho menos optimista, sino bastante seria y preocupante: existe un día en que la herida que nos impide saltar el muro o salir de la cama por fin se sana, y entonces movemos nuestra pierna aquiescentes, pero para muchos ya habrá pasado la hora, y tal vez afuera nos espere una patrulla que tiene por misión restituirnos a nuestro estado de letargo.
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El Astrágalo es una novela rápida y vital, aunque de horizonte soterrado. De a momentos parece inscribirse en el existencialismo, pero luego nos sorprende con la fuerza del realismo sucio y, al final, recae en un lenguaje limpio y romántico. Transitando así por muchos y variados lugares, es una obra profusa, cuyo contenido está vivo hoy más que nunca.

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